lunes, 30 de diciembre de 2013

Euromaidan para democratizar Europa



El Estado ucraniano nacido tras la implosión de la URSS mantuvo la equidistancia entre Rusia y la UE, aunque solía mirar más hacia Rusia por la dependencia económica: importa hidrocarburos y exporta manufacturas. Pero con el tiempo una parte de la población y las élites se decantó por el acercamiento hacia la UE, y la ampliación por el Este y la Revolución Naranja alimentaron sus expectativas. Ahora bien, pasados unos años observamos que las opiniones de los dirigentes ucranianos en política exterior son más retóricas que sinceras. Yúschenko y Tymoshenko representaron el papel de prooccidentales pero una vez en el Gobierno solamente cooperaron con la UE y EEUU de manera discreta y en la medida en que no fuesen perjudicados los negocios con Rusia. Encima, Yúschenko designó a su rival Yanukóvich como primer ministro, y cuando éste logró la presidencia encarceló a Tymoshenko, lo cual ilustra bien la firmeza de las alianzas políticas. Yanukóvich ejerció el papel de prorruso y logró que Ucrania sea miembro observador de la Unión Aduanera patrocinada por Rusia, pero también firmó un Acuerdo de Asociación con la UE. En noviembre pasado el acuerdo debía ser ratificado, pero en el último momento fracasaron las negociaciones. La presión económica de Rusia fue superior a la de la UE, sobre todo teniendo en cuenta que rechazó la posibilidad de ingreso de Ucrania. Yanukóvich creía que podría sentarse en dos asientos a la vez, pero al darse cuenta de que podía caerse de culo eligió uno. Es probable que si hubiese elegido el otro hubiese tenido problemas de todos modos. En todo caso, enfureció a buena parte de la sociedad ucraniana y ésta exhibió su hartazgo mediante la toma de las calles. Desde entonces las propagandas trabajan a destajo, pero también los análisis geopolíticos que no tienen en cuenta el sentir de las multitudes.

Un tópico habitual es hablar de una pugna entre la UE y Rusia como si ambas entidades fuesen dos superpotencias antagónicas y como tales una sería el bueno de la historia y otra el malo. Rusia es un estado y uno poderoso, pero la UE no es un Estado sino una unión compleja y desigual de Estados que amplifica la política exterior de sus miembros más fuertes. Pues bien, muchos miembros dependen de los recursos energéticos rusos y entre ellos aquéllos cuyo peso económico les permite imponer su agenda . Cuando Rusia presenta un perfil aunque cometa atrocidades como la masacre de Beslán
recibe la aprobación unánime de la UE, pero cuando mueve ficha en la política europea afloran los intereses particulares. Precisamente un ejemplo muy notorio involucra a Ucrania: la disputa del gas en enero de 2009. Mientras Rusia y Ucrania cruzaban acusaciones sobre los precios del gas ruso y las tarifas por su transporte, cada estado de la Unión se vió afectado en distinto grado y obró en consecuencia. Estados como España, abastecidos por otras fuentes como África, podían desentenderse, pero no otros como Alemania, Francia e Italia. A estos últimos les conviene poner a Ucrania de su parte y ganar así posiciones de fuerza a la hora de adquirir hidrocarburos del heartland euroasiático. Pero el interés en que Ucrania entre en la órbita de la UE no va más allá de mermar un poco la influencia rusa mientras no . Con lo cual, a pesar de las insistencias de Yanukóvich el acuerdo que al final no fue ratificado no implicaba el ingreso en la Unión ni a corto ni a medio plazo.
¿Cuáles habrían sido las consecuencias del acuerdo no ratificado, distinto de los típicos tratados bilaterales entre Estados soberanos? El propósito de los acuerdos de asociación que la UE ya viene suscribiendo con otros vecinos es la transformación gradual del derecho interno y otras políticas del Estado asociado. En teoría gracias a estos cambios dicho Estado mejoraría la protección de los derechos humanos, pero una mirada a la realidad indica todo lo contrario. Habría sido una vuelta de tuerca a las medidas neoliberales en la economía pero también a la represión a la inmigración que Ucrania y la UE ya acordaron en 2007. Además de imponer políticas económicas que dañarían aún más a la población, convertiría Ucrania en un estado tapón cuyas autoridades deberán recrudecer el control de fronteras en función de los intereses de los mercados laborales europeos y el oportunismo de las autoridades. Y las violaciones de los derechos humanos en nombre de esta causa son consideradas males necesarios en nombre de la aplicación de los dogmas neoliberales. Su eventual debate, como ya ocurre con estados como Túnez, Marruecos e Israel, se basará en un diálogo político a niveles inferiores (encuentros entre ministros y otros funcionarios) casi como si fuese otro Estado miembro. Si es que es debatido.

Por su parte, la Unión Aduanera que hoy conforman Rusia, Kazajistán y Bielorrusia (que nace al tiempo que Ucrania y la UE acercan posturas) es vista como un intento de restablecer la preponderancia rusa en los dominios de los tiempos zaristas y soviéticos  Como no hablo ruso, no pude analizar el tratado, pero lo enlazo para quienes puedan leerlo. Al menos es evidente que Rusia no desea perder el mercado ucraniano, pero hay un asunto tan crucial como poco comentado y que recuerda mucho a la UE: el control de las fronteras. Desde la disolución de la URSS Rusia está pasando de un régimen de libre tránsito mediante pasaportes internos a mayores restricciones en sus políticas migratorias de cara a las necesidades de su mercado laboral. Las trabas a la entrada de ciudadanos de la CEI alentarían el ingreso en la Unión Aduanera, que ofrece libertad de circulación a cambio de una mayor hegemonía rusa. El Consejo Ruso de Asuntos Internacionales (RIAC, think tank patrocinado por el Ministerio ruso de Asuntos Exteriores) da buena cuenta del intenso debate sobre el control de las fronteras rusas y hasta comparan la libertad de circulación en la extinta URSS con la construcción europea. En esta línea, atribuyen el recrudecimiento de las políticas migratorias de la UE a un exceso de flujos migratorios y no a una dinámica inherente a dichas políticas: al otorgar derechos ciudadanos en función de la condición de nativo o extranjero (y dentro de ésta, en función de tal o cual categoría de extranjero), alimentan el populismo nativista. Además, un aspecto interesante de los flujos en el espacio post-soviético es que cada vez más rusos emigran a estados vecinos como Ucrania, al tiempo que otros emigran a la UE. En su lucha por lograr mayores facilidades de circulación para sus ciudadanos, Rusia tiene especiales razones para recelar de un acuerdo de asociación entre la UE y Ucrania.

Una vez más cierta izquierda antimperialista hace gala de su estrechez de miras: valoran lo que sucede en función de lo que hagan los dirigentes europeos y gringos y la prensa afín y hasta agita ridículos espantajos. En vez de entender la realidad concreta están permitiendo lo que supuestamente quieren evitar, la apropiación de las propuestas por las élites de la UE. El ejemplo con el que gente de presunta izquierda atribuye a los partidarios de la UE un supuesto anticomunismo es el derribo de una estatua de Lenin en Kiev. Pero la aversión a su figura tiene más que ver con su condición de ruso que de comunista. La asociación entre Lenin y el imperialismo ruso es más patente si tenemos en cuenta que fue Stalin, al que el pueblo ucraniano detesta por sobradas razones, quien erigió aquel monumento. Con lo cual, es injusto atribuir el acto a neonazis. Puestos a buscar ultraderechistas, no hay que mirar sola ni principalmente a los manifestantes sino más bien a la policía. Siendo tal su escaso nivel de comprensión de la sociedad ucraniana, variopinta como cualquier otra, es lógico que muestren simpatías más o menos veladas hacia Putin. Que sea tan cleptócrata como los de nuestros pagos y que la Unión Aduanera persiga metas parecidas a las de la UE, sólo que cambiando a Alemania por Rusia, les da igual.

Detrás del debate sobre la política exterior hallamos las críticas a la corrupción y el expolio de lo público y las presiones del FMI y otros actores extranjeros. Tanto los partidarios de la UE como los de Rusia apoyan al padrino que supuestamente aportaría inversiones para la economía local y facilidades para la emigración laboral y académica. Es decir, unos y otros consideran que su opción es la mejor para salir de la crisis del país. La edad y el origen regional influyen en las preferencias: los jóvenes y los habitantes de las regiones occidentales simpatizan con la UE, los mayores y ancianos y los habitantes de las regiones orientales simpatizan con Rusia. Este sentimiento no está alimentado solamente por una nostalgia del pasado soviético y una afinidad cultural con Rusia: también se da en los centros industriales del país, con la excepción de Kiev, cuyos padecen los estragos de la ruina económica. Pero los simpatizantes de la UE son más y están más movilizados, como demostraron en las recientes protestas, por lo que tiene sentido que los sondeos digan que un acuerdo con la UE tiene más aceptación que la Unión Aduanera. Ahora bien, las cifras requieren un par de comentarios. Una, el porcentaje de personas a favor de una opción no coincide con el de personas en contra, así que podemos inferir que hay sectores minoritarios que prefieren el entendimiento con la UE y Rusia por igual. Pero lo más importante es que los sondeos nunca reflejan más del 75% de la población total de Ucrania. Es decir, hay una parte sustancial que no se decanta, quizá porque no cree que ninguna de estas opciones sea positiva.
Obviamente, muy pocos ucranianos basan sus opiniones sobre la UE, a favor o en contra, en hechos. Los partidarios no son conscientes de los estragos del shock neoliberal en estados periféricos como Grecia y España ni en el patio trasero de la UE. A su vez, los detractores se equivocan si creen que Ucrania se “contagiaría de mariconismo” por ingresar en la Unión. Sus proclamas a favor de la diversidad sexual, como pasa con otros derechos humanos, son mera palabrería, como prueba que algunos estados miembros prohíban los matrimonios homosexuales por mandato constitucional (entre ellos Lituania, que albergó la cumbre donde habría sido ratificado el acuerdo de asociación con Ucrania y hasta ejerció la presidencia de la UE). Además, en los estados que sí protegen los derechos de los homosexuales no faltan prominentes políticos que denuestan estas políticas, con terribles resultados. Pero sobre todo, cuestiones como la sexualidad adolescente y la prostitución siguen siendo objeto de vigilancia y persecución de los regímenes de la UE. Los ucranianos ni siquiera pueden consolarse pensando que la pertenencia a la UE les permitiría circular libremente por Europa en busca de mejores oportunidades académicas y laborales. Es muy probable que luego les pusiesen las trabas que ya padecen rumanos y búlgaros. Pero aún si los ucranianos accediesen al espacio Schengen serían vulnerables al repliegue xenófobo de los estados de la Unión.

La cuestión no es elegir entre Rusia, la UE y el dontancredismo, como si las tres fuesen opciones inmutables. Los términos de tal elección son propios de los cleptócratas y sus voceros a derecha y a izquierda. Nuestra mejor actitud hacia las revueltas ucranianas es participar de ellas y reforzar sus pasiones democráticas. Pero, por paradójico que parezca, dicho apoyo implica el acercamiento a la UE. El repliegue soberanista es indeseable, así que debemos descartar la preservación de Ucrania como estado nacional. Puestos a federarse, la UE es una opción preferible no porque sea un paraíso democrático, evidentemente, sino por una razón puramente táctica: está en crisis. Es contraproducente unirse a Rusia porque, al no contar con una buena contestación interna a sus oligarcas, el gigante euroasiático está en una posición de fuerza que el pueblo ucraniano no puede confrontar. En cambio, la UE no es un Estado sino una unión desigual de Estados debilitados por las protestas contras sus políticas de ajuste. Las revueltas árabes, un proceso aún abierto, amenazan a la UE desde su patio trasero a pesar de los derroteros actuales. El auge de Syriza en Grecia, que desde posturas europeístas promueve el rechazo a la deuda externa y al racismo institucional, abre otra fisura en la Unión. Y los procesos independentistas en algunos Estados miembros, otra más.
 
Ucrania puede abrir un nuevo frente. Una presión popular y multitudinaria desde fuera supone otro desafío interesante. ¿Por qué solamente es posible asociarse con la UE mediante componendas entre oligarcas y fijadas en sus términos? ¿Y si las multitudes impone la agenda, para variar? ¿Qué pasaría si cientos de ucranianos cruzasen las fronteras tal cual muchos berlineses tiraron el muro que partía su ciudad en tiempos? Euromaidan no debe ser usurpado por partidos políticos cuya defensa de los derechos humanos es pura fachada. Es una causa que otros subalternos europeos debemos apoyar. Euromaidan no debe ser solamente una lucha por la democratización de Ucrania sino por la democratización de Europa. Cuantas más cabezas tenga la hidra, más desgastará esta UE para transformarla en un espacio federal y democrático. Curiosamente, es lo que habría querido Lenin, por mucho que lo ignoren muchos ucranianos que identifican el europeísmo con el rechazo al revolucionario ruso.